lunes, 31 de enero de 2011

UN TRAGO POR KAVILANDO (No puedo contener más mi nostalgia)/PARTE I

                                                                                                                                         
                                                                  Tuve miedo y me regresé de la locura.
                                                                                      Carlos Oquendo de Amat

Hay cosas, amigos, que a uno le llegan como un estallido en los ojos, y no es un fuego o un rayo sino es esa flor que nos enloquece, que nos vuelve hombres desnudos estallando en gritos frente a la noche es una puta mujer rejuvenecida por el ímpetu de los que la viven, y los que la viven son Manueles que siente respirar por estas calles, trotando siempre trotando. bueno les decía, que hay momentos en que uno tiene ganas de gritar, pero sucede que en la garganta está atrapada una estrella, como una mujer clavada entre mis párpados, y no puedo sino resistir, por esta terca manera de amar, disolviendo líneas y figuras. Miren, ahora estoy sentado frente a la computadora, y lanzo palabras y palabras a la pantalla, gracias a que los amigos han tenido la certeza de orientar mi llegada, después de todo hace muchas horas que he perdido la noción del tiempo, a quién le interesa el tiempo, ese maldito tirano que a veces nos alcanza nos supera, nos desespera, pero a veces también resulta bueno y nos permite ser un héroe aéreo, que no complica la mirada. Bien, estoy aquí, porque no soportaba verla, y ella se movía, cuando yo giraba los ojos para clavar la mirada en la pared, y la pared era el tierno cuerpo de una dama, entonces tuve que girar hacia lo más profundo de mi ser. Ahora estoy acá acosado como una bestia tratando de unir todas estas confusas imágenes que recorren mi cabeza como balas locas. Y en esta confunsión busco mis bolsillos para reanudar mi camino. Boto boletos, boto listas, boto papeles, boto todo sobre la cama, y entre los papeles inservibles, e inútiles para mi andar, veo un tríptico, poemas, letras en rojo y horizontales: Kavilando, letras en verde y verticales, y algo que humea al fondo, esto no es dinero pero me permite andar. Leo furiosamente los poemas, el grito de la orilla, ah, digo son los patas, un trago por ellos, allá muy a pesar de la distancia, porque seguro que deben estar trotando por alguna calle, o invadiendo locamente un hueco, como quien entra a la Cantuta y estira los brazos ante los jardines y quiere tragarse todo el aire del mundo en ese instante. Pero otras veces la gente te defrauda, te aniquila con ese gesto estúpido, que es como la carcajada terrible del hombre que no ha comido. La gente a veces nos jode, nos hace dudar de su humanidad, y tienen esa precisión diabólica de lanzarte palabras como si fueras un espantapájaros. Y tú tienes que exprimir un poco más de tu vida, y tú vida está tirada por cuatro caballos que enloquecen en los horizontes, qué puede detener a este grito que fluye, aquí lo único permanente es lo que fluye, y se llaman maestros. Con todo este barullo de palabras, a las que llamaba Paz putas negras, el sólido paso que desciende a cada instante que avanza, que trasgreden los márgenes de esa implacable frontera que otros ponen con su pequeño garabato, lustrado y brilloso por la amable mirada de sus interpares. Les debo una amigos, sé que algún día, se cruzarán nuestras líneas nuevamente y ese punto de encuentro será un estallido, nuestros abrazos serán interminables, nuestras palabras llenas y rotundas de alegrías. Sepan que a veces quiero dar una vuelta terrible al pasado, pero eso ya no es posible, volver a amanecer en un viernes y juntos salir a recorrer las calles de Chosica, plenos como siempre; pero la verdad es que cada viernes tengo que dictar unas clases de filosofía, claro que me enloquece hacer ello, pero es una locura a medias, tal vez esté empezando a envejecer, por eso recuerdo tanto, pero la verdad es que también tengo nuevos patas en la universidad, si en la Cantuta, que me estiman un montón, que me regalan un poco de su vida, que quieren acompañarme en mi aventura por la vida académica, francamente son buenos patas los cachimbos, a los que ahora estoy enseñando y a los periféricos; pero sé que después encontrarán nuevos profesores, compartirán su palabra, tratarán de soñar a su ritmo, entonces estarán sus nombres en afiches anunciando recitales de poesía, presentando sus revistas, compartiendo mesas académicas, y tal vez si Dios me lo permite yo podré ver sus nombres en las paredes, asomarme a algunas de sus presentaciones muy furtivamente,

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