lunes, 20 de septiembre de 2010

UN CUENTO MÁGICO

En un mágico bosque vivía Ena la luciérnaga, Oto el búho y Mati la bella flor de otoño.

Mati había soñado con ser una niña, quería tener piernas y recorrer por todo el mundo. Siempre había oído decir al viento que los humanos son buenos y alegres y sobretodo los niños que parecían angelitos caídos del cielo.

Ellos tenían sueños y que sus sueños lo podían hacer realidad. Mati la bella flor siempre había conservado esa idea. Y mientras pensaba, la tarde caía lentamente como una sábana oscura sobre el mágico bosque, el frío hacía rechinar los dientes. Y los hermosos  ojos de Mati se cerraban muy pero muy lentos.

A lo lejos una lucecita se asomaba, era Ena, la pequeña luciérnaga. La luciérnaga más bella y alegre que jamás haya visto, poseía unas alas hermosas y brillantes y sobre todo un corazón que iluminaba bondad.

-Hola Mati-dijo Ena.
-Hola-respondió Mati.
-¿Aún conservas el sueño de ser una niña?
-Sí, acaso tú no sueñas.
-Claro que sueño, pero no necesariamente con ser una niña.
-¿Sino?
-Nosotras cuando dejemos de habitar el mágico bosque nos convertimos en gigantescas estrellas. Bueno, eso es lo que me decía mi madre. Y ahora está allá arriba cuidándome.

-Entiendo.
-Ese es mi sueño. Ser una gigantesca estrella y así como mi madre me cuida yo también podré cuidarte cuando llegue la hora.

-Por cierto ¿Hacia dónde te diriges?
-Me voy a la laguna azul a conversar con la luna mensajera.

Y así Ena emprendió el viaje del que nunca retornaría. Cuando me enteré de lo ocurrido, no lo podía creer, era como si parte de mi vida faltara. La extrañaba y lloraba sin cesar. En esos instantes quería vengarme de ese sapo feo y cruel. Quería atraparlo y devorarlo, pero sabía en mi corazón que Ena jamás pediría venganza.

A la mañana siguiente hubo un silencio sepulcral. Mati entristeció mucho, no pudo asimilar la partida de Ena, se volvió pálida y casi sin vida. Y lentamente empezó a marchitarse como si la vida ya no le importara, ni mucho menos sus sueños de ser una niña.

Yo sabía que Mati siempre iba ser una flor y que Ena jamás se convertiría en una estrella.     

El otoño se llevó a Mati sin ningún remordimiento. Mas no la muerte de Ena. Y cada vez que cae la noche oscura sé que Ena me está iluminando como si fuera una estrella bella y alegre.
Y en el lugar donde yace Mati, han quedado unas semillas que en primavera volverán a embellecer mis ojos.

                              Manuel Luque