miércoles, 20 de noviembre de 2013

Presentación del libro Escrito en los afluentes por Héctor Ñaupari



Palabras de Héctor Ñaupari en la presentación del libro Escrito en los afluentes de Miguel Ildefonso en el Cholo Bar de Barranco

 

31 de octubre de 2013

 

 

Aunque no lo parezca, la vida confiere – a quienes se arriesgan, claro está, según el dístico de Virgilio, la fortuna favorece a los audaces – segundas y hasta terceras oportunidades, o excepcionales privilegios. En mi caso, uno de los mejores honores que se me ha otorgado es el de compartir la amistad del mejor poeta peruano contemporáneo, Miguel Ildefonso. Y de haberlo hecho siendo jóvenes, velando nuestras primeras armas literarias, en el recorrido febril de esta ciudad babilónica, formando parte de esa tribu poética llamada simplemente Neón, en bares paradigmáticos como Las Rejas, La Catedral, el Queirolo, Mammalia, o en las diversas Universidades donde leíamos nuestros poemas aurorales, y exorcizábamos con nuestros versos la hecatombe que era en esos momentos el Perú.

 

Años, distancias, cercanías, pérdidas, libros y premios vieron crecer mi admiración y fortalecer la amistad con Miguel, “el mejor de nosotros”, como alguna vez señalé. Contemplar el crecimiento de un creador, verse posicionado entre el público que asiste a su madurez, que lo advierte y aplaude, es algo excepcional. Llegados a nuestro ser adultos, leer o escucharle recitar los poemas de Canciones de un bar en la frontera, Las ciudades fantasmas, MDIH, o Los desmoronamientos sinfónicos, me ha permitido comprobar lo que en las tardes o noches incandescentes de los años iniciales de los noventa intuía: la suya era y es una poética arrobadora, genial, urbana e histórica al mismo tiempo, como una síntesis viviente, hecha con el nervio único del que sabe narrar en poesía, capaz de trascender incluso sus propios referentes y así, hallar una voz propia, singular, decantada como el mejor vino.

 

Y hele aquí con Escrito en los afluentes, obra que ha merecido el Premio Iberoamericano de Poesía Juegos Florales de Tegucigalpa 2013, que se añade a merecidas e importantísimas preseas como el Premio Copé de Poesía, el Premio Nacional PUCP, por citar dos de las más reconocidas.

 

Miguel Ildefonso me ha dicho muchas veces –o lo ha declarado otras tantas – que dejará de escribir poesía, tarea que al creador auténtico supone terrible sacrificio: la de dejar, pulgada tras pulgada, la piel, el alma, el corazón agrietado de latir, en una pelea que se sabe de antemano perdida. Su más reciente libro – me resisto profundamente a decir que será el último de poesía que Ildefonso escriba – no nos deja indemnes ni indiferentes: en tiempos como éstos, de indolencia masiva producida por la tecnología, nuestro autor responde y alcanza una soberbia madurez, se hace un poeta de este mundo, un poeta en tiempo real: ciudades alejadas se acercan en la intimidad de sus versos, y éstos son más cercanos con sus reflexiones, los poetas del Medioevo, del XIX y del XX se confunden como amigos nuestros, con héroes antiguos y cantantes modernos, con animales dolientes y más poemas suyos. Los afluentes en los que ha escrito su obra llegan al centro de todo, hacen al mundo uno y a las historias una sola historia.

 

Y allí lo dejo, para escucharlo, como antes, como ahora, como siempre. A mí no me queda duda: seguirá escribiendo, pues, como supimos cuando éramos jóvenes y fieros, escribir y vivir son uno y lo mismo. ¿Qué haremos entonces, Miguel, cuando el destino nos alcance? Darle cara, cual un Danton ante sus jueces, y decir como él: “nous faut de l'audace, et encore de l'audace, et toujours de l'audace”, necesitamos audacia, y más audacia, y siempre audacia, como de la poesía de Miguel Ildefonso. Muchas gracias.

 

Héctor Ñaupari

martes, 9 de julio de 2013

Prólogo al poemario "Malvas" de la poeta Nora Alarcón por el gran Héctor Ñaupari




El tiempo de la malva

Prólogo al poemario Malvas de Nora Alarcón

Héctor Ñaupari[1]

“Es el tiempo de las malvas. El único que existe”. Así culmina uno de los mejores poemas de la magnífica poeta ayacuchana Nora Alarcón, la morochuka. Con su poemario Malvas, podemos decir que el ahora es su momento. En su actualidad, su presente constante y fervoroso, Malvas es un libro de poesía romántica, erótica, ayacuchana y femenina.

En tal sentido, la poesía de Nora Alarcón en Malvas es, qué duda cabe, una tenaz evidencia del suplicio romántico, el tablón que subimos cuando queremos saltar hacia lo desconocido, el dulce frenesí del romance, que puede volverse tornado y pesadilla, tormenta que puede despedazarnos. Fieles a nuestro culposo ánimo voyeur, los lectores asistimos en Malvas a esa transmutación, mirando con los ojos de la poeta enamorada. 

De esta suerte, al observarnos verla, Alarcón nos devuelve el gesto, desarropando sus excoriaciones, producidas en su combate contra el ser amado – pues el amor es un campo de batalla, como titula la hermosa canción de Pat Benatar – y da cuenta acerca de como cura sus heridas con sus poemas, que son bálsamos o tratamientos de choque, y que reparan o hacer padecer a la autora, según el caso. En el libro que prologamos, la comunión con la poesía amorosa de la autora ayacuchana llega hasta el límite de hacernos uno con su quebranto sentimental, dado que nos advertimos como silentes copartícipes de sus desvelos.

Lo consigue, entre otros, en su poema Niebla, cuando dice: “yo lo adoraba, niebla mía, pero mi amor fue derribado por la lluvia de su sonrisa suspendida que asfixia y parte. Se fue con las calandrias y se convirtió en cenizas. Ahora el polvo es su refugio”. O al inicio del poema Pregunta: “¿Qué fue de mí en ti? / ¿Qué del tiempo donde lavaba cantos rodados y acompañaba a los caballos pensando en tu amor?”

Por otra parte, el erotismo en Alarcón es concupiscente, gratificante a los sentidos, vivo como una flama que sisea e ilumina al mismo tiempo, según leemos en el texto Lázaro vuelto a morir: “Ya no estás invitado a mis íntimos fuegos. Te encuentras lejos de mi apasionada embriaguez / ésa que un día te hizo hombre entre mis muslos”. Y alcanza mejores fulgores, como en Del fuego viene, a mi juicio el poema más logrado del libro, donde escribe: “Desenreda mi pecho, mi vientre, mis huesos. Toma mis muñecas al borde la cama, láteme, / contráeme y ténsame para siempre. Calma con mis labios tus besos que arden, bébeme hasta dejarme vacía, enciéndeme para no dejar sino cenizas”. En Malvas, el amor se inclina hacia la pulsión erótica, que le da a aquél piel e incendio, y ésta se ennoblece, se eleva o engrandece con el sentimiento motor, que todo lo vence, según la décima égloga de Virgilio. De esta forma, el libro de Nora Alarcón es un poemario logrado, en tanto no se desborda por el erotismo ni se empalaga de romance: cada texto nos da una dosis intensa, pero precisa, de ambos paradigmas. En su justa medida, el romancero erótico de nuestra poeta nos enseña cómo se puede, desde la poesía, amar con el eros, y hacer el amor con la plenitud romántica.

Junto a esto, reposa en el poemario de Alarcón su devoción por Ayacucho. La Muy Noble y Leal Ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga se vislumbra, en los bellos textos de la morochuka, como el pecho tinto del petirrojo. Como en el poema que lleva el título del libro, hace patente la fe profunda de los ayacuchanos: “tus procesiones son otras. Llévate esta cruz de plata y tu pecho de agujeros oscuros, que las espinas del olvido nos han cerrado el camino”. O, como hace referencia en el texto Antes del sueño, la nostalgia: “En acuarela iba al taller de poesía cuando intentaba componer versos como se labran las guitarras de Ayacucho y sus adioses. Era una cábala para una poeta”. Y, como canta en su poema Morochuko: “En el valle del furor donde habitas / allí te espero, sin monturas, morochuko”.

Cabe anotar, finalmente, que Nora Alarcón no sólo es intensa en Malvas, en su amor por Ayacucho, por el ser que ama y al que se entrega, sino también, y como corresponde, es intensa en su femineidad, y de ello nos da cuenta en su poema Histeria: “Estoy harta de ir andando por la calle / sin siquiera un motivo tuyo que me acompañe, sin una melodía que me conmueva, con estas lágrimas congeladas”.

Escrito todo esto, los invito a sentir la fragancia queda de las malvas impregnada en estos poemas, a agitar esta flor espléndida desde sus orígenes cárdenos hasta los extremos albos de sus suaves pétalos, como un pendón al viento, a obsequiarla al ser amado, a metamorfosearla en la sábana donde dos enardecidos amantes se envuelven y enredan, a convertirla en una daga que traspase el alma del amor que nos hace sufrir. En suma les convoco, con Nora Alarcón, a vivir el tiempo de las malvas, en verdad, el único que existe.



Santiago de Surco, entre garúas, agosto de 2012



[1] Héctor Ñaupari. Lima, 1972. Poeta y ensayista. Es autor de los libros En los sótanos del crepúsculo; Poemas sin límites de velocidad: antología poética 1990–2002; Páginas libertarias; Rosa de los vientos; Libertad para todos; Políticas liberales exitosas 2; La nueva senda de la libertad: cuatro ensayos liberales; y Sentido Liberal, el urgente sendero de la libertad. En el 2001 obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Charles S. Stillman de Guatemala. El año 2010 obtuvo la Mención Honrosa del Quinto Concurso de Ensayos Caminos de la Libertad, organizado por la Fundación Azteca de México, que también logró en su tercera edición, en el 2008. Poemas suyos fueron publicados en importantes antologías poéticas en España, Estados Unidos, México, Brasil y Perú. Su próximo libro de poemas lleva por título tentativo Malévola tu ausencia.

viernes, 26 de abril de 2013

POEMA / Constance Chatterley de Héctor Ñaupari



Oliver Mellors busca a Constance  Chatterley

Y en mis noches te sueño.
José Escajadillo, valse Yo perdí el corazón.


Te estoy buscando, Constance, te estoy buscando.

En cada gota de la garúa que hizo infeliz a Melville.
En cada paso de los años
también por el vientre desnudo de los claustros,
que se hallaban igual de desnudos que tus caderas, hermosas y fieras, acezantes, febriles y acombadas como el tigre de Blake, o el de Borges.

Te estoy buscando, Constance, te estoy buscando.

Para volver a amordazar tu boca y hacer de nuestro amor lleno de tierra y hojas secas un condado de silencios y cadáveres exquisitos, una ruta de heridas apenas curadas en tu piel, un rosario de mentiras para que tu marido no se entere,

Y así te busco, Constance,
¡Oh cómo pugnaba tu lengua por salir de la trampa!
¡Oh cómo no poder liberar tu boca pues sería la mía devorada!

Ante ti, bacante mía, mi lengua arrebatada de raíz como una rosa en el ojo de un huracán, consternado la veía sangrienta en tu úvula espléndida, mis dientes y mejillas sometidos a tu capricho, ah Perséfone de mis crepúsculos más siniestros.

Te estoy buscando, Constance, te estoy buscando.

Te busco sin hallarte en esos momentos nuestros, cuando tus manos eran noches cada vez más nocturnas, cuando tus muslos eran tallos cada vez más frágiles temblando entre mis piernas,

Cuando nuestros labios se parecían tanto a las jóvenes extraviadas en el laberinto de Creta de nuestros besos,

Cuando decías, sé mi Minotauro, embísteme sin tregua, come mi carne, bebe mi sangre, libérame de una vez de este estupor cotidiano, apártame de este maldecido calvario de días que se suceden, todos iguales.

Quiero ser libre, musitabas, quiero estar sumergida sin cesar hasta tus más álgidos vellos, gritar más allá del frenesí del vino, como una Ménade delirante.

Quiero que seas mi mujer y yo tu hombre, rogabas, el que rasga tus vestidos y te hace suya sin ningún juego previo y sin pedir permiso.

Quiero invadirte como las olas a la orilla del mar o el olvido al tiempo.

Quiero acercarme a ti hasta que no exista más distancia entre nosotros que tu cuerpo en el mío y el mío en el tuyo.

Quiero abandonarme en tu sexo imparable como una inundación hasta la eternidad sin pausas que se prometen los amantes que nunca más volverán a verse.

Y quiero que, cuando agotados todos los susurros que del fuego vienen, cuando se hayan vueltos negros por el hollín de la chimenea donde nos conocimos y fuimos otros, o tal vez los mismos, sólo queden flores como poemas en tus venas.

Y así te busco, Constance, Constance,
desenredándote en mi pecho, en mis huesos, en mi espalda,

te busco en el borde de la cama donde tomaba tus muñecas, para tensarte y contraerte como un músculo expuesto,

donde te bebía, copa mía, hasta dejarte vacía,
donde te encendía, tea insondable, para no dejar sino cenizas.

Te estoy buscando, Constance, te estoy buscando.

Repaso con mi lengua y mi cuerpo todo el frío piso donde te sometía bruscamente como la tormenta del otoño.

Te estoy buscando, Constance, en el recuerdo de la curva rotunda de tu culo perfecto,
alzado
                vibrante
                               dispuesto

viniendo a mí arrogante como los ejércitos de Jerjes dispuestos a morir en su entrega, como moría yo cada tarde en tus brazos.

Y ahora que muero, en la penumbra, será tu nombre
la última palabra que mi boca pronuncie:

Constance
                        Constance
                                               Constance.