Dos Ensayos Sobre Voy por las huellas del delirio
de Marella di Laura *
“La Poesía Como Yuxtaposición” por Giovanna Pollarolo
Leyendo la última novela de Michel Houllebecq, El mapa y el territorio, me encontré con una definición de la poesía elaborada por el autor. Houllebecq escribe “Creo que he roto con el mundo como narración, el mundo de las novelas y las películas, y también con el mundo de la música. Ya solo me intereso por el mundo como yuxtaposición: el de la poesía, el de la pintura” (226). Y más adelante, el inspector que investiga su propio asesinato, (Houllebecq se representa a sí mismo como personaje y aparece asesinado en la sala de su casa) constata que “Houllebecq, a pesar de lo que había repetido en numerosas entrevistas, seguía escribiendo; incluso escribía mucho. Dicho esto, lo que escribía era bastante extraño: era algo parecido a la poesía, o a proclamas políticas, es decir, no se comprendía prácticamente nada de los extractos reproducidos en el informe. Se dijo que habría que enviar todo aquello a la editora” (291).
Más allá de la ironía que subyace en la alusión a las proclamas políticas (“no se entienden”), el escritor francés propone una visión de la poesía diametralmente opuesta a la de la narración en tanto que a esta le atribuye el afán, imposible, de “representar el mundo” mediante el drama de los destinos individuales. En ese sentido, la narración implica tiempo y sucesos; está, por lo tanto, inscrita en la historia. La poesía, en cambio, es yuxtaposición, se ha desasido del drama de los destinos individuales, del tiempo, de la historia; en suma, del afán de “representar el mundo”.
La poesía, por lo menos aquella que se inscribe en la definición de Houllebecq que evidentemente recoge la tradición inaugurada por las llamadas vanguardias poéticas de principios del siglo XX , crea con palabras un mundo con sus propias leyes, en este caso, las de la yuxtaposición; y su coherencia radica en no caer, difícil y casi imposible tarea, en la tentación de narrar; es decir, de “representar” destinos individuales, de recrear dramas; en suma, de contar historias, buscar un interlocutor, y que este “entienda” en los términos convencionales. Martín Adán expresó esta visión mejor que nadie: “Poesía no dice nada, Poesía se está callada escuchando su propia voz” escribió Martín Adán.
Creo que Voy por las huellas del delirio, el poemario que presentamos esta noche, se inscribe en esta poética, en esta visión de la poesía que lucha contra la tentación de narrar en el más amplio sentido del término. Acá, las imágenes se yuxtaponen, verso a verso, rompiendo cualquier pista, línea o huella que le sugiera al lector una historia. Cito el poema que en cierto modo se puede leer como la poética de este libro: “Abres lentamente tu abrigo / tienes una lanza en el pecho” estos dos versos hilvanan ya una historia que se rompe abruptamente: “yo canto llanto”, verso cuya sonoridad quiebra el sutil hilo narrativo que empezaba a asomar. Y sigue: “caes en la soledad de tus alforjas”, dirigido a un tú que no necesariamente es el mismo del verso inicial “Abres lentamente tu abrigo”; o tal vez lo sea: un tú que es el “yo poético” que se habla a sí mismo; o un tú que puede ser el amado, o también, la poesía que se anuncia en el siguiente verso: “me penetras la poesía”. Y de pronto habla ya sin duda alguna el “yo” que declara su situación, su condición: “Estoy tan cerca de la muerte / paseo por las playas el tiempo sin color” , versos en los que la muerte se identifica con el blanco o el negro, con las amplias extensiones del silencio y la soledad y que anticipan el sentido de los versos finales a pesar del abrupto cambio o ruptura narrativa: “dos motivos en mi vientre / miré el cielo cuando parí / te fuiste en noche sin pájaros / en noche sin pájaros la muerte me besa”. Vida y muerte, silencio y ruido más que términos opuestos parecen complementarse: parir es dar vida pero también es morir, y esa parece ser la agonía creativa, la poesía que da vida y a la vez mata, que canta y calla, que une y disgrega, idea que se refuerza en los siguientes versos de otro poema: “Recoge mis pedazos / cuando tú te vas renacen los olivos / yo no soy la que canta / son pedazos de mi cuerpo / que pierdo en cada noche”.
En este sentido, el programa poético de Mariella di Laura no tiene grietas ni fisuras; se desarrolla con absoluta coherencia y convicción; de allí que ningún verso sobre ni falta, que cada uno está donde debe estar de acuerdo con un orden y una lógica que no obedece a las leyes del mundo representado ni a las de la narración. Se trata de un universo que se autoabastece, que lucha por ser fiel a sus propias reglas en un titánico esfuerzo por alcanzar el poema autorreferencial.
Escribí en la contracarátula que este es un bello y delicado poemario que habla del delirio contado con el hermetismo de las huellas dejadas por el cuerpo sufriente que es también alma”; pero debí haber evitado el verbo “contar” que refiere a la narración y decir, mejor, “que habla del delirio revelado”. Y quiero añadir, que este es un poemario escrito con los pedazos del cuerpo que agónicamente se pierden en la noche de la poesía y que la poesía simultáneamente rearma, reconstruye y hace renacer “como renacen los olivos”.
"Voy por las huellas del delirio" por Magdalena Chocano
A través de sus libros creo que Mariella di Laura nos ofrece vistas del paisaje de la muerte y el dolor; un paisaje a veces amortiguado, otras, melancólico, muchas, desgarrado. En "fiebre" (2009) encuentra el lector fluidos corporales que brotan de la pérdida de la conciencia, del ser desbordado por la emoción: llorar sal, semen, miel. El llanto se muestra en distintos materiales y texturas que condensan la nostalgia por una especie de jardín ya devastado que apenas deja unos indicios de orquídeas y alhelí en algunos poemas.
En "abismo" (2010), la fiebre y el llanto ceden lugar a todo lo que muere: la noche, las hojas junto a una cuna. Incluso "dios ha muerto". De esta última noticia, ya hemos sido avisados por sinnúmero de poetas y filósofos, pero es una verdad de la voz poética que reside en este libro para completar un designio: "voy por leña para mi infierno"... No entrevemos casi más que noche y desierto: dios ha muerto, pero el infierno persiste; como si aludiera a una teología incompleta, o, en todo caso, herida (precisamente) de muerte.
En "voy por las huellas del delirio", el paisaje entrevisto es árido, compacto, articulado. Quizá porque parece orientarse hacia un personaje denominado "el del madero" que se hace presente ante la paradójica exhortación a callar que formula la voz poética. Inevitable es la asociación con el sacrificio crístico, con el mito de la redención. A la vez no se trata de una asociación estable y fija, porque esta "figura encarcelada", capaz de acariciar los deseos, no ofrece una potencia vital que equilibre la devastación que se va avizorando en sucesivos poemas. Por el contrario, se manifiesta como pájaro, que es "alondra muerta", y está escondido en el aire. Este aire capaz de sostener un ave muerta ha de ser un aire muy especial. La alondra muerta emite luz. Una luz quizá muerta a su vez, para nada redentora. "El del madero" anuncia y bloquea la potencia seductora de la muerte: "Me seduce la muerte", nos dice otro poema que repasa sensaciones de placer a la vez que emprende una peregrinación doliente: el orgasmo es miserable, las manos están clavadas... La voz niega el poema de amor para asegurar la preponderancia de "la puerta oscura".
La mente del lector puede evocar el "Libro de los muertos" del antiguo Egipto, que, según afirman, se titulaba en realidad "Salida hacia la luz del día". El texto en versiones más cortas o más largas, según la categoría del difunto, se ponía en las tumbas para orientarlo en su viaje por la vasta geografía de la muerte. Pero esta evocación es engañosa, pues sugiere una visión estática en lo trascendente. El trabajo de Di Laura no se atiene a este molde: El delirio lleva a intentar penetrar este ámbito de sombra, de negatividad extrema, sin que medie necesariamente un congraciarse con las posibles entidades que lo habitan.
Los colores en una serie de objetos acompañan este paisaje de anonadamiento: "la rosa negra", "la guitarra azul", pero también unos "grises hambrientos" que no tiñen ningún objeto (la muerte es un hambre). Hay una pasión anti-eucarística que hace indeseable la posibilidad de una comunión: "Escalofrío/ son las hostias de Mariella" o "lejos/ donde no haya pan.../huyo". La huida de la promesa de redención es el horizonte. Los poemas juegan a hacer desaparecer la eternidad de la idea de muerte, contenido que siempre se ha remachado a través del adoctrinamiento religioso: "déjame morir/ deja que muera". Pero el aquí y ahora que propone la poesía de Di Laura no se somete al utilitarismo o al pragmatismo, más bien parece sopesar la posibilidad de la liquidación de los mitos y las consecuencias de esa liquidación. El despedazamiento del cuerpo no es obstáculo para que surja la voz, no es un obstáculo para que exista el poema. La poesía ofrece posibilidades de articulación del poema a partir de fragmentos: "yo no soy la que canto/ son pedazos de mi cuerpo". El yo como protagonista del canto ha caducado. O si aun se manifiesta el yo, canta llanto y no canto. Las religiones responden al problema del despedazamiento del dios con la solución de la reconstrucción del cuerpo del dios, sea por obra de otros dioses, sea por la resurrección mítica o ritual. En cambio, la poesía se ríe de las fórmulas de la teología, y, pese a que no es inusual que seamos convocados a asociar el verbo de los poetas con una tal o cual visión teológica, debemos resistir a esa interpelación para poder escuchar esa inestabilidad, ese entrecortamiento, que es la poesía y que ahora vive en este poemario como aspiración auténtica.
Dos poemas:
Que calle el del madero
herido maizal
tu figura encarcelada
lejos
donde no haya pan
soy lágrima
acaricias mis deseos
escondida en el aire
alondra muerta
llevo tu luz donde quiera que vaya
entras en mí
cierro tus puertas
el mar es más azul cuando desmayas
mis sienes
Abres lentamente tu abrigo
tienes una lanza en el pecho
yo canto llanto
caes en la soledad de tus
alforjas
me penetras la poesía
estoy tan cerca de la muerte
paseo por las playas el tiempo sin color
dos motivos en mi vientre
miré el cielo cuando parí
te fuiste en noche sin pájaros
en noche sin pájaros la muerte me besa
* Mariella di Laura (María Gabriela Epifani) nació en 1962. Ha publicado Fiebre (2009) y Abismo (2010). Voy por las huellas del delirio (Santo Oficio, 2011) es su tercer poemario.
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