El tiempo de la malva
Prólogo al poemario Malvas de Nora Alarcón
Héctor Ñaupari[1]
“Es el tiempo de las malvas. El único que existe”. Así culmina uno de los mejores poemas de la magnífica poeta ayacuchana Nora Alarcón, la morochuka. Con su poemario Malvas, podemos decir que el ahora es su momento. En su actualidad, su presente constante y fervoroso, Malvas es un libro de poesía romántica, erótica, ayacuchana y femenina.
En tal sentido, la poesía de Nora Alarcón en Malvas es, qué duda cabe, una tenaz evidencia del suplicio romántico, el tablón que subimos cuando queremos saltar hacia lo desconocido, el dulce frenesí del romance, que puede volverse tornado y pesadilla, tormenta que puede despedazarnos. Fieles a nuestro culposo ánimo voyeur, los lectores asistimos en Malvas a esa transmutación, mirando con los ojos de la poeta enamorada.
De esta suerte, al observarnos verla, Alarcón nos devuelve el gesto, desarropando sus excoriaciones, producidas en su combate contra el ser amado – pues el amor es un campo de batalla, como titula la hermosa canción de Pat Benatar – y da cuenta acerca de como cura sus heridas con sus poemas, que son bálsamos o tratamientos de choque, y que reparan o hacer padecer a la autora, según el caso. En el libro que prologamos, la comunión con la poesía amorosa de la autora ayacuchana llega hasta el límite de hacernos uno con su quebranto sentimental, dado que nos advertimos como silentes copartícipes de sus desvelos.
Lo consigue, entre otros, en su poema Niebla, cuando dice: “yo lo adoraba, niebla mía, pero mi amor fue derribado por la lluvia de su sonrisa suspendida que asfixia y parte. Se fue con las calandrias y se convirtió en cenizas. Ahora el polvo es su refugio”. O al inicio del poema Pregunta: “¿Qué fue de mí en ti? / ¿Qué del tiempo donde lavaba cantos rodados y acompañaba a los caballos pensando en tu amor?”
Por otra parte, el erotismo en Alarcón es concupiscente, gratificante a los sentidos, vivo como una flama que sisea e ilumina al mismo tiempo, según leemos en el texto Lázaro vuelto a morir: “Ya no estás invitado a mis íntimos fuegos. Te encuentras lejos de mi apasionada embriaguez / ésa que un día te hizo hombre entre mis muslos”. Y alcanza mejores fulgores, como en Del fuego viene, a mi juicio el poema más logrado del libro, donde escribe: “Desenreda mi pecho, mi vientre, mis huesos. Toma mis muñecas al borde la cama, láteme, / contráeme y ténsame para siempre. Calma con mis labios tus besos que arden, bébeme hasta dejarme vacía, enciéndeme para no dejar sino cenizas”. En Malvas, el amor se inclina hacia la pulsión erótica, que le da a aquél piel e incendio, y ésta se ennoblece, se eleva o engrandece con el sentimiento motor, que todo lo vence, según la décima égloga de Virgilio. De esta forma, el libro de Nora Alarcón es un poemario logrado, en tanto no se desborda por el erotismo ni se empalaga de romance: cada texto nos da una dosis intensa, pero precisa, de ambos paradigmas. En su justa medida, el romancero erótico de nuestra poeta nos enseña cómo se puede, desde la poesía, amar con el eros, y hacer el amor con la plenitud romántica.
Junto a esto, reposa en el poemario de Alarcón su devoción por Ayacucho. La Muy Noble y Leal Ciudad de San Juan de la Frontera de Huamanga se vislumbra, en los bellos textos de la morochuka, como el pecho tinto del petirrojo. Como en el poema que lleva el título del libro, hace patente la fe profunda de los ayacuchanos: “tus procesiones son otras. Llévate esta cruz de plata y tu pecho de agujeros oscuros, que las espinas del olvido nos han cerrado el camino”. O, como hace referencia en el texto Antes del sueño, la nostalgia: “En acuarela iba al taller de poesía cuando intentaba componer versos como se labran las guitarras de Ayacucho y sus adioses. Era una cábala para una poeta”. Y, como canta en su poema Morochuko: “En el valle del furor donde habitas / allí te espero, sin monturas, morochuko”.
Cabe anotar, finalmente, que Nora Alarcón no sólo es intensa en Malvas, en su amor por Ayacucho, por el ser que ama y al que se entrega, sino también, y como corresponde, es intensa en su femineidad, y de ello nos da cuenta en su poema Histeria: “Estoy harta de ir andando por la calle / sin siquiera un motivo tuyo que me acompañe, sin una melodía que me conmueva, con estas lágrimas congeladas”.
Escrito todo esto, los invito a sentir la fragancia queda de las malvas impregnada en estos poemas, a agitar esta flor espléndida desde sus orígenes cárdenos hasta los extremos albos de sus suaves pétalos, como un pendón al viento, a obsequiarla al ser amado, a metamorfosearla en la sábana donde dos enardecidos amantes se envuelven y enredan, a convertirla en una daga que traspase el alma del amor que nos hace sufrir. En suma les convoco, con Nora Alarcón, a vivir el tiempo de las malvas, en verdad, el único que existe.
Santiago de Surco, entre garúas, agosto de 2012
[1] Héctor Ñaupari. Lima, 1972. Poeta y ensayista. Es autor de los libros En los sótanos del crepúsculo; Poemas sin límites de velocidad: antología poética 1990–2002; Páginas libertarias; Rosa de los vientos; Libertad para todos; Políticas liberales exitosas 2; La nueva senda de la libertad: cuatro ensayos liberales; y Sentido Liberal, el urgente sendero de la libertad. En el 2001 obtuvo el Premio Internacional de Ensayo Charles S. Stillman de Guatemala. El año 2010 obtuvo la Mención Honrosa del Quinto Concurso de Ensayos Caminos de la Libertad, organizado por la Fundación Azteca de México, que también logró en su tercera edición, en el 2008. Poemas suyos fueron publicados en importantes antologías poéticas en España, Estados Unidos, México, Brasil y Perú. Su próximo libro de poemas lleva por título tentativo Malévola tu ausencia.
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