“LA ESTACIÓN DE LA MUERTE DE MANUEL LUQUE”
Por: César Pineda Quilca
“La estación de la muerte” (Toro de Trapo Editores, Lima - 2011) del poeta peruano Manuel Luque es un poemario “cargado de angustia, de un hondo lirismo existencial”. A través de un discurso, entre prosa poética y poesía testimonial, el poeta nos muestra tiernamente su capacidad camaleónica de reinventarse en una “ciudad poblada de tristezas” para posteriormente arribar a la esperanza e intentar hacer suyo “un lugar no tan lejano ni distante” donde se pueda habitar libremente, más allá de los miedos y fracasos, con la sana intención de habitarlo todo. Aquí cualquier escrito es una estación para ir al encuentro del amor, la vida y los sueños en unas cuántas páginas que sepan resumir “un mundo bello”.
Por ello, para M. Luque -desde su condición de poeta soñador y contemplativo- la poesía vendría a ser ese canto de alabanza o ese incendiarse la vida a través de la palabra: “Hemos escrito nuestra oración, pero el cielo no se gana con palabras. / Así que sigo escribiendo para que mi alma arda menos en el infierno”.
Así, en un mundo donde todo arde, quizás, el DOLOR sea nuestro primer nombre que nos llame a dar un grito de existencia para recorrer de cerca, en lo más íntimo y humano, ese único camino de todas las tardes: “Llantos de niños sin padres, maltratados, violados, con hambre, con frío, explotados. De mujeres humilladas, golpeadas, engañadas, de ancianos olvidados, de jóvenes asesinados, de hombres que olvidaron ser hombres, de leyes compradas, de combis asesinas, del caos infernal. Un grito estentóreo esculpida en la punta de un lápiz”.
La ciudad y nuestros pasos -que bien podrían ser la muerte en ambos casos- es retratada como un paraíso desencantado y desolado a través de estos versos: “de esta larga avenida atorada en mi garganta / y ver sobre los edificios más altos o en los campanarios / de las iglesias gallinazos posando con sus desventuras / ésta es Lima y su caos en horas puntas / ésta es la ciudad del caos y de los escollos”. O la desesperanza de saberse extraño, cansado de lo mismo, producto de una soledad enfurecida: “Detesto esta hora cayéndose en pedazos y mi oración como trozos de espejos precipitándose al vacío”.
Tal vez sea este texto un pretexto del autor para enfrentarse al tiempo y vencer a la muerte, ya sea, mediante el lenguaje de un papel amarillento que exprese lo siguiente: “Si una noche / te miras al espejo / y ves mi rostro / piensa / que estoy feliz / escribiendo / todos tus deseos”.
En síntesis, un poemario que nos permite recorrer diversos estados del sentimiento trágico de la vida o como dice el poeta: “Ésta es la estación donde habito, / donde dejo regado toda mi humanidad.”… / “para olvidar que estoy muerto”.
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