Lea Tobery es una joven escritora norteamericana nacida en Albuquerque en 1982. Su libro está dirigido a jóvenes como adultos, muestra su interés por los temas paranormales y por los más tórridos romances.
Su novela Resurrección es bastante cautivadora que atrapa los sentidos y la imaginación del lector. A su vez maneja con facilidad el lenguaje haciendo suya una técnica sencillamente depurada. Y tal como la misma autora dice en una entrevista: "Resurrección pienso que es una novela con mucha fuerza capaz de enamorar a cualquier persona del mundo".
Pues, es cierto, su novela enamora, atrapa y nos hace parte de ella. Justo el día de hoy me mandó el PDF de su novela, lo leí y me pareció genial. Corrijo, es genial. Así que con todo el atrevimiento del mundo colgaré el primer capítulo para el deleite de mis lectores.
Me morí sin morirme un 14 de febrero. Sin duda,
aquél fue un buen regalo de San Valentín.
Los médicos no se ponen de acuerdo en por qué
alguien se muere así, sin morirse, deja de respirar, se le
paralizan el riego sanguíneo, los músculos, los nervios.
Nada responde. La llaman muerte aparente.
Al menos podrían haber considerado la situación
antes de anunciarles mi muerte a mis padres. No se
puede hacer sufrir a la gente así porque sí.
—Su hija acaba de fallecer.
Al médico que les había dicho esto no le tembló la
voz. Sin embargo, mi madre sí que tembló, tanto que se
rompió por dentro.
—¡No es posible! —exclamó con voz quebrada.
Y se echó las manos a la cabeza. No se esperaba
aquella noticia.
Mi padre no reaccionó. Enmudeció, sus cuerdas
vocales no respondieron, y posó los ojos en el extintor
que había en la pared de enfrente.
—Esta mañana estaba bien —se puso a hablar mi
madre—. ¡No puede ser! Se despidió de mí y luego...
***
Me buscaba en su recuerdo para recuperarme otra
vez, a su niña. Se negaba a aceptar mi muerte.
—Me dijo que había quedado con Julia y que no
vendría a comer... ¡No puede ser!
—Lo siento —la interrumpió el médico—. Hemos
hecho todo lo que ha estado en nuestras manos, se lo
puedo asegurar.
Hizo una breve pausa y observó a mi padre.
—Si necesitan algo, pregunten a las enfermeras por
el doctor Robinson.
Mi madre asintió. Mi padre seguía con la mirada
clavada en el extintor.
—En unos momentos podrán ver a su hija —añadió
el médico.
Y se fue. Entonces mi padre abrazó a mi madre. Sus
brazos poderosos, los mismos que de pequeña me levantaban
en volandas, la rodearon.
Ella no se resistió y se hundió en el pecho de papá.
Los médicos también les podrían haber ahorrado el
disgusto a mis amigas. A Fannia casi le da algo. Janis y
Julia se quedaron petrificadas. No se lo creían. Rachel
se echó a llorar y no paró hasta que se le acabaron las
lágrimas.
Las quiero un montón.
Tom me da igual que lo pasara mal. Se lo merecía.
Aún me pregunto cómo pude perder la cabeza por un
tío tan idiota. Y lo que es peor, hacerlo la primera vez
con él. Pudo haber sido con otro mejor. Austin, por
ejemplo. Está superbien, pero por aquel entonces salía
con Fannia. O Robin. Sí, Robin tampoco está nada
mal. Él fue quien me presentó a Tom...
Eso sí que no se puede negar, Tom está muy bien.
Creo que me enrollé con él por eso. Por eso y porque
***
era tan popular. La verdad es que es muy difícil rechazar
a un tío así. Yo nunca había estado dentro de ese
grupito que andan con cochazos y organizan las fiestas
más célebres. Reconozco que, más que nada, halagó
mi vanidad. Sobre todo después de haber estado
tonteando con Bill. Bill no estaba mal, pero va un día y
me suelta que estaba conmigo por mis pechos. ¡Será
imbécil! Quizá Tom se liara conmigo por lo mismo.
Aunque nunca se lo he preguntado.
Ni con Bill ni con Tom conocí el amor de verdad.
Lo descubrí cuando me morí sin morirme.
El día de mi muerte llovía muchísimo. Hacía una
semana que llovía, pero aquella mañana parecía que
estaba cayendo el diluvio universal.
Me morí desplomándome súbitamente en el pasillo
del instituto.
—De hoy no pasa —le iba diciendo a Julia mientras
íbamos andando rápido hacia la salida. Yo había quedado
con Tom y llegaba tarde—. No lo aguanto más.
Hoy corto con él. Se lo voy a decir en cuanto lo vea.
—¿El día de los enamorados, precisamente?
—Sí. ¡Qué más da!
—Tú sabrás lo que haces.
—Es un pesado... Muy guapo, pero me aburre. Se
pasa todo el día hablando de sí mismo. Y además es
celoso. ¡No lo soporto! Hace semanas que...
No pude acabar la frase. La cabeza me empezó a dar
vueltas. Los ventanales, los tablones de anuncios, las
taquillas, Julia, todo giraba a mi alrededor a una velocidad
de vértigo. A la desesperada intenté asirme a algo
para no caer. No encontré nada. Perdía el equilibrio
irremediablemente cuando, de súbito, noté unas manos
estrechando mi cintura. Tiraron de mí con fuer-
***
***
contra el suelo. La carpeta que llevaba salió disparada
por los aires.
—¡Emma! ¡Ya está bien! ¡Deja de hacer tonterías!
—Julia estaba realmente enfadada.
Soy bastante payasa y me gusta llamar la atención.
Es superior a mis fuerzas. Mis amigas ya están acostumbradas.
Fannia, Janis y Rachel son tan payasas
como yo. Una de las payasadas más sonadas la hicimos
en el bar que hay al lado del instituto. Montamos aquello
para irnos sin pagar. Era por la mañana y en el local
no cabía ni un alfiler. Pedimos unos refrescos y nos los
tomamos tranquilamente hablando de nuestras cosas.
Al acabarlos, tuve una idea. Janis, Fannia, Rachel y
yo nos pusimos de acuerdo. Julia intentó disuadirnos.
Y como nosotras pasamos de ella, puso cara de enfado
y salió del bar después de pagar su consumición.
Me levanté, di unos pasos y finalmente fingí perder
el sentido. Me desplomé como un saco de patatas.
Janis, Fannia y Rachel actuaron con rapidez. Me
levantaron del suelo y me sentaron de nuevo en la silla.
—¡Venga! Ya pasó —disimuló Janis aguantándose
la risa.
Rachel me empezó a abanicar con un periódico. El
camarero se interesó por mí.
—¿Necesita ayuda? ¿Puedo hacer algo?
—No es nada. Es diabética —lo tranquilizó Janis—.
Un poco de azúcar y se recuperará.
Janis dijo la verdad, soy diabética. En algunos asuntos
no nos gusta mentir.
El camarero trajo un sobre de azúcar.
—Mejor sacarina —le dijo Fannia.
Un poco más y se me escapa la risa al oír aquello.
El camarero fue a buscar un sobre de sacarina. Vol-
***
vió en menos de un segundo. Lo abrió y me lo tomé.
Fingí toser.
—Muchas gracias —dijo Janis—. Ahora lo mejor es
que le dé el aire. Ya le ha pasado otras veces.
Rachel y Fannia me ayudaron a ponerme de pie. El
camarero nos acompañó hasta la puerta.
—¿Seguro que no necesita nada más? —dijo.
—No se preocupe —contestó muy seria Fannia.
¡Salimos del local sin pagar! Misión cumplida.
Julia nos estaba esperando fuera, a unos metros del
local.
—¡Cómo os pasáis! —vociferó nada más vernos—.
Y tú eres la peor de todas —me señaló a mí.
Nosotras nos pusimos a reír. Empezamos y no pudimos
parar durante un buen rato. Me llegó a doler la
barriga de tanto reír. Julia no tuvo más remedio que
tragarse su enfado.
Ella es mi mejor amiga. No es que Rachel, Fannia y
Janis sean malas amigas, pero Julia y yo somos uña y
carne. Inseparables. Físicamente nos parecemos un
montón.
De carácter somos diferentes: ella es más comedida
y yo más impulsiva. También soy bastante más bromista.
A Julia también le gusta bromear, pero a veces se
enfada a la mínima y se pone seria... No tiene mayor
importancia porque se le pasa pronto.
—¡Te he dicho que te levantes! —insistió con los
brazos en jarra cuando me desplomé en el pasillo del
instituto.
Pobre. Yo no le podía decir que aquella vez no se
trataba de una de mis payasadas.
Me había muerto sin morirme.
za pero suavemente, me arrastraron. No me pude resistir.
Creí escuchar una voz.
—No temas.
Era una voz próxima y lejana a la vez, como si proviniese
de mi mente y al mismo tiempo de un lugar remoto.
Era una voz de chico, profunda y grave, que me
infundió tranquilidad en un momento en que la necesitaba.
—No te pasará nada.
Una voz desconocida que me transmitió la misma
calma que la voz de mi padre cuando yo era pequeña y
lo llamaba por la noche desde la cama porque tenía
miedo.
Me pareció ir a toda velocidad, arriba, siempre hacia
arriba. El estómago se me subió a la boca.
Aquellas manos me llevaron hasta una bruma luminosa.
A partir de ese momento y durante las siguientes
cuatro horas no recuerdo nada del mundo real. Todo
lo que pasó durante el tiempo en que me dieron por
muerta lo he podido reconstruir gracias a mis amigas y
a mis padres. Llegué a estar técnicamente muerta en el
mundo real. Allí, en la bruma luminosa, todo lo contrario:
me sentía bien viva.
¡Y tanto que sí...! Allí conocí a Ethan.
Muerta y viva a la vez. Tuve que morirme para conocerle...
Para descubrir lo que es el amor verdadero.
Para sentir que todo, al final, sí tiene un sentido.
Ethan, nunca nadie me había atraído tanto.
—¡No hagas tonterías! —me dijo Julia al verme
caer.
Me desplomé en el pasillo con los brazos abiertos
en cruz. Se oyó un sonido sordo cuando mi cabeza dio
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