jueves, 31 de marzo de 2011

Cuento / CONTRA EL TIEMPO

CONTRA EL TIEMPO

1

Mariana tenía dieciocho años cuando intentó suicidarse. Ella vivía en San Borja con su tía  Ángela, en una casa de dos pisos color rosa. Todas las tardes abría de par en par las ventanas de su habitación, se sentaba sobre la cama y empezaba a tocar la guitarra. No se distraía con nada, repetía la misma melodía hasta cansarse. Después se desnudaba y se quedaba dormida. A veces me parecía tan cercano su sueño al mío  que despertaba.

Los miércoles eran mis clases de danzas, la profesora siempre me tomaba en cuenta para las presentaciones .Unas veces eran en el Parque de Lima y en otras ocasiones terminábamos en alguna embajada. Pero no dejaba de pensar en Mariana. Los bailes me llevaron hasta Buenos Aires. Allí conocí a Silvana Semorelli, una argentina de veintidós años, estudiaba Psicología y era amante de las danzas. La había invitado en varias  oportunidades conocer Lima, pero sólo me mandaba algún e-mail a mi correo. En fin después hablaré de Silvana.

Mariana dejó los estudios a temprana edad, se consideraba una chica rebelde  y una sabelotodo, no le gustaba la política, ni los deportes; sin embargo tenía un cuerpo impresionante, creo que por eso me enamoré de ella. A parte .solía empezar sus conversaciones con verbos: caminamos, vemos la película, leíste lo que te di, tienes tiempo, jugamos, escríbeme algo, vienes mañana, cuídate, piensa en mí, en fin, una tarde con ella era más entretenida que una clase de filosofía en la Universidad.

Me cuesta trabajo pensar que se haya ido. No verla, tenerla entre mis brazos, besarla, hablar, quedarnos en silencio mientras la gente se desvanece. Es tan extraño. Pienso por momentos que todo fue culpa mía, no debí nunca enviarle las cartas. Ella parecía las tardes que amo tanto  y yo un pececito en el acuario de su cabeza –decía-

Su tía me quería, por lo menos, a diez kilómetros a la redonda de su sobrina, pero  eso a mí no me importaba. Siempre buscaba la forma para encontrarnos, ya sea en las mañanas o en las tardes y si se podía por las noches. No teníamos temor si alguien nos miraba o si escuchaban nuestra conversación. El amor nos ataba más que el remedio o la enfermedad. Escuchar los balbuceos en la calle poco nos importaba, las miradas terminaba en simples miradas, que no matan, ni lastiman, ni tocaban nuestra incólume piel. Me susurraba para no pensar en mañanas, el futuro era un camino desconocido difícil de transitarlo, pensaba, pero sus palabras siempre eran una invitación a la imaginación. De eso no podía escapar, ni pretendía hacerlo.

 2

La primera vez que nos vimos fue frente a su casa. Yo llevaba la bolsa del mercado repleto de víveres, por cuestiones de la vida, el material del que estaba hecho, papel, se rompió y terminó desparramándose todo. Ella echó a reír, la miré con cara de pocos amigos, pero eso no le importó. Sentí tanta vergüenza que me agaché y dejé todo como estaba, en el suelo, y en medio de la calle. Por suerte nadie más vio lo ocurrido. Esa mañana había lloviznado, la vereda estaba resbaladiza y, obviamente, mojada. Supuse, después, que mejor era volver y recoger los víveres. Así que eso fue lo que hice.
-hola –se acercó para decirme, ya no lo hacen como antes –refiriéndose al papel en forma de bolsa-
-ni antes, ni ahora – respondí.
Cogió unas conservas de fruta, me las dio y se retiró lentamente. Ah, por cierto, me llamo Mariana. Sonrió. La mañana debió estrellarse en mi pecho o en mis labios porque no respondí nada. El frio entumeció mis sentidos, estremeció mi cuerpo y cobijó de timidez cada célula de mi cuerpo. Terminé por recoger las cosas. No fue una amarga sensación después de todo. La vida continúa.

Después de hacer los quehaceres, salí como de costumbre con dirección al parque, solía contemplar los movimientos casi deformes de las personas, es decir; sombras desdibujándose entre la penumbra. Y desde ese punto de vista toda era extraño. Y muy simple al mismo tiempo. Leía uno que otro diario, sobretodo los suplementos deportivos, aunque debo confesar que no era, ni soy un deportista nato. Ya tenia, incluso, un asiento reservado, era debajo de un viejo ficus, casi sin hojas y sin vida, el tiempo se había ensañado con él, pero yo con toda mi humanidad ocupaba ese mismo lugar  hace unos  años, parecía un romance de esos que aparecen cada siglo.

Y de pronto, apareció ella, me dijo lees. Nada en especial, solo deportes. ¿Te gusta? Me preguntó. Sí un poco respondí. Pero después todo se nubló en mi cabeza, no sabia que decir, se me trabó la lengua, me odié en esos instantes. Te pasa algo me preguntó. No, fue lo único que atiné decir. Se sentó a mi lado, en realidad compartimos la banca. Conversamos de nosotros aunque no tenga nada de extraño, era lo más natural de dos seres que no se conocen lo normal es conocerse. Me sentí tan imbécil que me reía con cada cosa que decía o con cada cosa que le respondía. Me miró fijamente y me dijo si yo era tímido. Luego se puso seria y me volvió a preguntar ¿acaso temes a las mujeres? Para nada respondí, pero estás temblando o es mi imaginación. Así que le propuse en ese instante caminar hasta la pecera del parque y mientras caminábamos no dejaba de verla de pies a cabeza, era tan bella que le dije: tienes bonitos ojos. Ella se rió, tal vez le parecí idiota, o tal vez se dio cuenta que eso no era el cumplido que quería hacerle. Hubiera dicho que tenía unos lindos y redondos senos y unas nalgas perfectas y unos labios carnosos y sensuales, todo lo tenía perfecto. Su olor a flores de campo matinal.

Sin darnos cuenta, habíamos llegado a la pecera y yo no quería que dijera: llegamos. Sin embargo pasó y me dijo nos vemos.

3

Los fines de semana solíamos ir con los amigos a la playa. Chabela tocaba la guitarra y cantaba muy bien por así decirlo. Antonia era la compositora, la poeta y nosotros los chacoteros del grupo. Nos íbamos de Larcomar hasta Agua Dulce y viceversa. Todo un tours  en el clásico y viejo auto del papá de Antonia.

Después de contemplar tanto horizonte y oler a mar. Antonia decidió ir a España, ahí realizaría sus estudios de pos grado. El grupo se desmembraba sin piedad, pero antes que todo esto empezara, decidimos reunirnos por última vez. Así que decidimos ir al balneario Santa María, allí los padres de chabela tenían un departamento de lujo y sólo lo ocupaban en el verano. Llegamos y acampamos, queríamos compenetrarnos con esa vista maravillosa del mar. Hice la fogata, Antonia sacó y armó el sleeping de cada uno y Mariana trajo las cervezas heladitas y algo de comida chatarra.

Eran como media noche cuando estábamos ebrios y balbuceando tontería y media. Hasta que Chabela sin tapujos ni vergüenza pregunta ¿A quién de las tres te la chaparías? Ni tonto ni perezoso respondí a Mariana. Y empecé a reír nuevamente como un idiota. Se me acercó y me dijo te ríes porque tienes miedo. No, respondí dejando la risa para otro momento. No hubo murmullo alguno, excepto el latidos de nuestros corazones. Después de dos minutos nos teníamos agarrados de la mano. Pareciera que íbamos contra el tiempo y que éste acabaría pronto. Antonia se levantó y dijo: los declaro marido y mujer, puede besar a la novia. Pero si ya se la chapó grito escandalosamente Chabela.

Ese fue el primer beso que nos dimos entre historias, fogata, chelas y comida chatarra de algún supermercado.

4

La fiesta de despedida empezaba a las 7pm. Era obvio que nadie de nosotros se la perdería. Antonia había invitado a sus amigas del barrio, de la universidad, a todos sus allegados, familiares, creo q todo Miraflores estaba en su casa. Prácticamente no cabía ni un alfiler más. Y por supuesto, nosotros, los invitados de honor. La ceremonia era totalmente informal, no había tal ceremonia, la gente se acercaban a Antonia y le decían un montón de cosas al oído: te vamos a extrañar, eres mi mejor amiga, envíame un español, siempre nos escribiremos, dame tu correo, etc. y nosotros nos cagábamos de la risa, porque ella no se iba a la guerra. En fin, pasaron las horas y llegó el momento de despedirnos. Salimos los cuatro a su jardín, hizo que nos tomáramos de la mano nos miró y entendimos que nos quiso decir, lloramos y nos abrazamos, fue la despedida más tonta o patética por no decir la más cursi y modesta que haya tenido.

Al día siguiente la acompañamos formando una caravana, cualquiera pensaría que era un ministro o un embajador o simplemente un cantante famoso. Como sea, ella se fue sin decir palabras, sólo sonrió con su cara de fresa y se fue masticando el sabor del adiós.

5

Yo vivía en Barranco, su magia estaba en todo mi ser, El Puente de los Suspiros, el mirador y la bajada frente al mar, cada piedra puesta las conocía. Y fue en ese lugar, mirando el mar, que decidí escribirle un poema, y que me dio vergüenza de mostrarlo.

POEMA PARA MARIANA
Me hubiera gustado ser más que tus sueños en la noche
Ser la voz que en tu pecho anide
El aliento consumido en palabras frescas como frutos silvestres
O las arenas de estas playas acariciando tu piel de abril
El sol sale con el brillo de tus ojos
Y es cuando mi corazón se abre como una flor en el horizonte
Y es cuando mis manos llegan zigzagueantes
Hasta tus caderas
Y cuando…
Pero no pude terminar de escribir, quedó inclusa como una película de los tanto que abundan. Sonó mi celular y era ella.

6

Viernes por la noche, la casa de su tía se había llenado de familiares, parientes, amigos, policías, bomberos, un fiscal y varias decenas de curiosos que no dejaban de murmurar de lo que había pasado con Mariana.

Mi corazón de desesperaba como si se ahogara y quisiera salir de mi pecho a respirar aire puro, pero el aire estaba contaminado de penumbra e incertidumbre, el llanto empezó a oírse, solo en algunos casos atrozmente, y Mariana no estaba entre los presentes. Mis oídos habían perdido sensibilidad. No concebía creer ni oír de su muerte.

Su tía llegó a reconocerme entre tantas almas adoloridas y curiosas, se acercó, me miró como si yo tuviera la culpa,  sus ojos tiritaban de amargura, sus manos parecían ahorcarme y rasgarme toda la piel. Me quedé frío, frente a mí, me dijo: Mariana, mi hija, está muerta. Me abrazó, fue la única y primera vez que recibí un abrazo de Ángela. Lloró a mi lado, pero no brotaban lágrimas de mis ojos. Tenía que verla, no creía lo que esa vieja – que tanto me odiaba – me decía. Me acerqué y allí estaba Mariana, dormida, con una sonrisa en los labios. Empezaron a brotarme lágrimas de dolor e impotencia. La tomé de las manos y me aferré a ella, grité con toda mi alma su nombre, pedí que me llevara consigo. En ese momento la policía hizo su noble trabajo rutinario, me sacaron de la terrible escena para no contaminar las pruebas del delito. Durante dos días velaron su cuerpo celestial y yo esos dos días estaba alcoholizado como nunca.

7

El tercer día se iluminó. El sol había dejado su vanidad para otra ocasión, el sacerdote Lucio, dio las bendiciones, las familias, los vecinos y amigos, se despidieron de ella, con lágrimas, flores, anécdotas, cantos. Y poco a poco se iban desvaneciendo hasta no dejar nada de ese día. Y yo saqué mi poema inconcluso y empecé a leer cada verso entre lágrimas, para finalizar el poema, diciéndote con el corazón en las manos, te amo.


Manuel Luque

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