martes, 30 de agosto de 2011

Poemas al escritor de TODAS LAS SANGRES por Roger García Clavo

                  Año del centenario de José María Arguedas
   Zumbayllu
Nro.02                                                                                              Enero 2011
A José María Arguedas Altamirano
1911-2011


Roger García Clavo

Perú,  2011



«Formen una sola sombra, los hombres,
de mi pueblo;
Todos juntos
Tiemblen con su luz que viene»

José María Arguedas











Dibujo de carátula extraído de diariolaprimeraperu.com


I

Podrán lanzarte todas las lenguas
escupidas de un sistema
hasta sentenciarnos tu respuesta de yerba
tras la colina al instante de tu muerte
o hasta hacernos recordar tu niñez de pongo
consolado por los árboles
a orillas del río.
Río que brama hasta ahora
como hombre herido de tanta mala noche
como animalillo sin dueño al borde del frío
o pequeño en el curso de la cocina;
ese lugar donde el sol despierta como una luz
alrededor de las cenizas.
Podrán estirarte la piel
como plástico al momento del fuego
los zorro de arriba y los zorro de abajo.
Podrá sacar tu regreso de nuestras casas
como a inocentes en épocas de violencia,
pero tus razones
irán inflamando
con lo que quedaba del pan,
con lo que queda de la tinya y el charango
el amor al Pueblo
llamado Ande,
Perú
o América.              


II

Con tus llanquis híbridos
en el barro que nos dejaron,
escribiste las ideas
que durante siglos todo el esplendor del hombre
fue aplastado con lengua de serpiente y  fusil,
hasta ennudarse en el llanto
del campesino y del pescador.
Tu queja de becerro
zurriado por el Cutu
tu cuna salpicada de carbón y tradiciones
caso excluidas en la yerba
dura más de cien años en nuestros corazones,
más de lo que la luna abandona a los sin luz,
más de lo que las causas
esperan de las flores
que nunca te perteneciero,
más de lo que la pena arranca de nuestras sonrisas
y más de lo que la muerte es vista
en el hoyo de nuestros ojos.
Pero a escondidas,
ahí cerca del río brumoso con tu llanto,
entre maizales y papales 
ha quedado tu escritura como un cauce,
como un jardín de horizontes
para tus hermanos de danza y consternación,
de rosa agónica en la fiesta
y de metal altivo con el puma
el muqui y el comerciante
a doble precio que nuestra historia.



 III

José María viajaste tanto,
caminaste tanto para encender la hoguera
para definir la frescura del campo
pisoteado y empañado  a más de cinco siglos;
metáfora de todo éxodo,
de toda peste innatural
a la hora del sueño o de la muerte.
En ese trance
fuiste contra la sombra
a la hora de la claridad,
fuiste contra la clase de todas las sangres
y caminando
contra la esclavitud de la sonrisa
llegaste a la galera, a El Sexto,
donde las ratas seguramente
tuvieron mejor privilegio
que  la libertad.
El frío, José María,
pasó el número de tus manos
sobre tu frente de hombre
originario de los hombres
hasta consultar con los dioses
tu rabia y tu amor
por la acción natural del gavilán.
José María
nuestro llanto que formó los ríos
ahora está en las calles y plazas carteladas por dirigentes
descontentos contra la danza de la muerte,
que tú tanto odiaste.
José María empaisaste la dicha y desdicha del hombre
que caminó sobre la quebrada
viendo la campana como una fruta madura,
allá de tras de los palos enquinchados de barro y paja seca.





IV

José María
en nuestro corazones ponderados de selva y ande
permanece la ilusión de un pueblo embellecido
que tú soñaste,
que tú iluminaste a la insistencia  de los relámpagos
y a la danza de los árboles
macheteados y esculpidos 
con la sangre de los obreros.
Echando al despeñadero
los nidos del gallinazo,
Te fuiste José María
con todo lo humillado,
con todos los pasos moreteados
del último día de lo vivido.
Cómo habrás festejado 
con el cielo ennegrecido
sobre la cabeza del amo,
pidiendo casi de rodillas, casi religioso,
que le parta un rayo
desde su corona
hasta el lenguaje apatriado de los dioses
de los necesitados.
Cómo habrás esperado la última luz
para maniatar el pan con tu lengua
y repartirle entre las trenzas jaloneadas
a la hora de la afonía
y del grito innecesario de sus hijos.
Cómo habrás danzado con su muerte, casi triste,
al borde del río, al filo del fogón
y la fatiga esperada de los gritos
detrás de la colina.



V

Estamos recordando tu voz
casi quebrada con el yaraví y la quena.
Estamos mirando tu rostro definitivo
como el agua en el pozo y el remolino.
Estamos esperando la movida de los vientos
para alzar el puño tempestuoso
y defender la frescura de una historia
aplazada entre las piedras, la noche y el sol.

Estamos viendo el color de tus ropajes
a la hora de la fiesta,
a la hora de tu llanto con las estrellas
y a la hora de tu amor por la mujer y la tierra.

Estamos hablando de tus ideas
y de tus hermanos,
de aquellos que bajaron como cóndores
para sangrar el lomo del caballo.
Estamos aquí palanqueando nuevamente
la utopía de los pájaros
para escapar del hambre
y volar sobre los caminos,
sobre los ríos y el mar.



VI

Bramando como el río
te afanaste a no regresar de tu llanto,
a no retroceder con tu amor y tu amargura
por nuestros corazones andeneados
de reposo e inquietud en la siembra.
Tronando como trompo te desplazaste
sobre los hombros de los niños
desponchados en el frío,
desmantados en el trabajo
casi con los pies engranados
en la pelota de trapo,
pero  al borde de la cintura
el sollozo de tu ausencia
y el gemido de la madera
a la hora del martillo y el clavo.
Rugiendo como toro de nuestros cuentos
te fuiste jalando la ruidosa cadena
de los males que nos aquejan.
Te fuiste para quedarte tildando
en nuestros corazones,
grandiosos pañuelos blancos
pintados de cinco de junio.
Te fuiste para no quedarte en la resta de nuestros nombres,
al filo del muro llamado Perú.
Te fuiste como el hombre que vive al borde del sielcnio
y  del carnaval de los rosales con el viento.


VII

Padre Apu Mayu,
tu hijo vivió entre los hombres,
el colibrí, el cóndor y la arena,
danzando con la antara
bajo los nubarrones
y los puentes zapateados
de adioses y euforia
al otro margen del río.

Ahí, con el pastoreo de las ovejas,
 con el látigo
y el sudor de los cactus
las rocas enmudecieron de tanta voz
hasta que las mantas
más coloridas que el arcoiris
fueron tapando los cerros
con truenos y esperanza.
Padre, tu fuerza de torrente
dictó a tu hijo, a tu hermano,
la oración de los corazones
que mantuvo al campo y al trigo
en el verdor y la persistencia de nuestros ojos
casi prohibidos a la gratitud de la tierra.

Pero tu bordado mandil de pájaros 
hizo volar las retamas
a nuestros hogares
llenos  de espera contra el agravio,
porque antes de ti
tampoco fue tan fácil la vida.



Caricatura  por Omar Zevallos


VIII

Muchos no estuvimos a la hora de tu muerte,
pero nos duele la blancura de la lumbre
que habita tiritando en el vestigio
labrado por el fuego
y garuado por el gemido de los muertos
hace más de cien y quinientos años.
Te fuiste primero
para advertirnos
que viviste como los hombres
de chullo y sombrero
huecos con el granizo y los besos.
Te marchaste danzando
con el brillo de la tijera
y cortando con su acero
los cercos de nuestro pueblo,
tu pueblo atravesado
por el poco a poco de una apetencia
de sangre y suelo,
de cultura
y voraz rutina de las sombras…


IX

Contigo aprendimos a cantar la poesía de los ríos.
Contigo los hombres tristes,
aquellos de ojotas de cuero
y carne descalabrada en la arriería y la siembra;
aquellos que amarraron su cintura
con cancha y trapos retaceados;
aquellos que quemaron su piel
en la oscuridad de las minas y sobre el frío,
aprendieron a mirar el sol,
más allá de las abras, de los pasos y desfiladeros.
Contigo aprendieron a cortar el llanto las tijeras,
allá en las lomas y valles
desparramdos cn la sangre
de muchos de tus hermanos de esta patria.
Nos enseñante a decir
al hombre acaballado
con el amor de los herrajes y la iglesia
que Dios es un hombre danzando
gozoso del violín, el arpa y la quena.
Contigo
hoy se eleva el clamor de la quina,
la quinua y el machete
en cualquier ciudad, casi Lima,
hasta ensartar en nuestros corazones
el agua
y la sonrisa
callada en estos días.


X

José María,
nada ha cambiado desde el lapso
en que quitaron a tu madre de tu camino.
Ni siquiera después de tus desvelos
viste el abrigo de los cautivos.
Pero ahora en las plazas y caminos
está tu alegría
comiéndose el suspiro,
tragándose el hipo de los niños
que gritan por el pan
al pie de otros brazos.
Nada ha cambiado
desde que tu luz rompió los límites del maltrato,
pero tu palabra nos increpa
a seguir con el pregonar del silencio
y que no resulte escandaloso
en el hombre nuevo.
José María,
nada ha cambiado en los pasillos del congreso,
hechura del desorden y descontentos,
salvo algunos  zánganos
que dicen haber leído tus libros
pero matan al ganado
que se desvía en el sudor del surco
con el yugo y el arado;
bayo leyes y democracias
al servicio de unos cuantos.



XI

El momento que más necesitaste
alguien te abandonó con el pretexto,
de que los bueyes se enredaron,
que a la gallina  la envenenaron…
cuento es cuento,
y te dejó con los cernícalos
que comen nuestra niñez
y nuestros fantasmas
llenos de términos
y  luz desgranada en las  espaldas.
Te dejó con el incendio de todas las sangres
junto a los quijanos,
a los matosmar,
los favre
y a los bravobresani,
perros hambrientos de la ternura
y de los huesos sonoros de tu escritura.
Con el tiempo
la sonrisa fue el engaño de tu muerte
y de nuestro dolor
que a puntillas nos hace menoscabo
en cualquier ciudad.
Desde aquel momento
tu muerte
fue una ruidosa coincidencia
con la libertad.



Roger García Clavo (Amazonas, Camporredondo, 1979). Licenciado en Educación en Lengua y Literatura, por la Universidad Enrique Guzmán y Valle - La Cantuta. Ha publicado los poemarios Marea Celeste (2004), Camino de Serpiente (2006), Poemas encontrados (2010) y la plaqueta Piel de Madero (2006). Ha sido antologado  en Mural de Palabras. Cuentos,  por EDUCAP, 2009. Es docente del I.E.P. Liceo Santo Domingo de Comas. Es miembro del Gremio de Escritores del Perú.



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